- Despierta, pequeña- dijo la voz.
La chica sintió una caricia leve que recorrió su rostro
desde la comisura de los labios hasta el pómulo.
Todo eran formas borrosas para Oneide. Intentó abrir los
ojos pero todo lo que veía eran formas opacas y borrosas que parecían jugar con
la luz que llegaba desde grandes llamaradas que la chica tenía a unos metros en
frente suya. Yacía en el suelo, boca arriba.
La joven se sobresaltó. Tardó un momento hasta que su
cerebro pudo recopilar toda la información necesaria: dónde estaba, qué estaba
viendo, y lo más importante: qué hacía allí y quién era el que la hablaba.
Podía sentir el olor de quien estaba a su lado. Era fuerte,
pero de ningún manera desagradable. Resultaba reconfortante. Era… como si se
sintiera libre. Eso la hacía sentirse viva, pero a la vez la desestabilizaba.
Nada cobró sentido hasta que pudo abrir sus ojos
completamente, y todas las figuras tomaron las formas a las que Oneide estaba
acostumbrada:
Estaba tumbada sobre unos adoquines, húmedos por la lluvia,
en medio de una carretera con aspecto antiguo. Su cuerpo ocupaba la frontera
entre lo que parecía el bordillo y la calzada de una calle con edificios de
piedra y adornos de madera que parecían de otra época.
La piedra del bordillo estaba hincándose en sus lumbares y
tuvo que incorporarse, todavía mareada.
Quiso agarrarse de la persona que tenía al lado, sin
importar quién fuera, pero todo lo que pudo tocar fue hierro. Frío y oscuro
hierro.
Se encontró fuertemente asida a una estructura metálica que
resultó ser una farola. Pero aquella farola tenía algo que inquietaba a la
chica. No era como las farolas de su ciudad. Era de un hierro oscuro, negruzco
cuya estructura estaba adornada con una serie de salientes de motivo
victoriano, acabando en tres celdas de cristal, con una llama encerrada en cada una de ellas.
¿Una farola que funciona con fuego? Pensó Oneide.
Pensó en este detalle hasta que pudo hacer el esfuerzo para levantarse
completamente y observar su entorno. Todo tenía una forma singular. Todo
parecía estar copiado de una escena de una película antigua rodada en un
Londres previo a la evolución urbanística. Era todo tan… clásico.
Oneide se hallaba embelesada por el lugar en el que estaba,
y comenzó a dar vueltas sobre sí misma, sonriendo, respirando. Llevaba un camisón de tirantes blanco, desgastado, que dejaba ver poco más que hasta encima de las rodillas, y que mostraba el brillo pálido de su cuello, sus clavículas desnudas, y sus brazos, el cual giró al compás de Oneide, que parecía esclava de una coreografía onírica. Estaba descalza.
Sin embargo, su felicidad recorría todo su cuerpo hasta que un escalofrío
invadió su ser. Estaba sola. Estaba perdida. Estaba fría.
De repente, una gota de sudor helado recorrió el lateral de
su rostro, mientras clavaba su mirada en el fondo de la calle, la cual doblaba
hacia la izquierda, rodeada de edificios de poca altura, de aspecto cerrado y
abandonado.
Oneide echó a correr hacia lo que parecía ser la única
dirección que se podía tomar en ese nuevo lugar en el que se encontraba. Corrió
y corrió hasta que se quedó sin aliento y tuvo que apoyar el peso de su cuerpo
en otra farola, idéntica a la que había encontrado al despertar.
Se encontraba terriblemente cansada y le faltaba el aliento,
y había algo que no acababa de cuadrar.
- Había… había…- dijo entre sollozos, provocados por la
falta de aire.- Había alguien… no
recuerdo. Oh Dios mío, había alguien a mi lado… ¿Hola?- Preguntó con una voz
suave, entre inhalaciones dificultosas. Cada vez le costaba más y más
mantenerse en pie.
-¿Hola…? Por favor… yo… ¿Hay alguien?... Hay tan siquiera
alg…- Su frase se perdió en el viento que soplaba en la dirección en la que la
calle giraba a la izquierda. Estaba exhausta, aunque hubiera corrido tan solo
un rato. Estaba débil, y su cuerpo lo reflejaba muy bien. Tanto fue así que sus
rodillas se doblaron hasta tocar los adoquines negros, desgastados por el
tiempo, y se halló postrada, sin respiración, y con la visión cada vez más
borrosa. Se apoyó en la farola con la mano con el objetivo de sentarse, con la
espalda en el bordillo, y pudo reposar, hasta que se dio cuenta de algo
extraño.
Todo parecía normal hasta que contempló sus alrededores
íntegramente. Cada vez le faltaba más el aire y sus músculos respondían cada
vez peor.
En ese momento, una idea se insertó en su mente, haciéndola palidecer de forma brutal.
Estaba justamente en el mismo lugar donde había
despertado hace unos minutos.
¿Minutos? ¿Horas? No sabía exactamente cuánto llevaba
corriendo. Había perdido la noción del tiempo completamente.
Era imposible que volviera a estar en el mismo sitio de
antes, o eso era lo que ella pensaba, pues la verdad decía otra cosa.
El miedo la recorrió de tal manera que la hizo levantarse,
hasta que volvió a perder el control de su cuerpo y su visión se volvió a
nublar y oscurecer paulatinamente, hasta que se sintió a si misma en el aire,
cayendo hacia el suelo, pero esta vez había algo más.
Antes de tocar el suelo, pudo ver una mancha que se acercaba
a ella como un relámpago. Era una persona. Ya no estaba sola.
Fuera quien fuese, sujetó a Oneide antes de que sufriera
daño alguno contra el duro suelo de ese lugar, y la depositó con cuidado ante
sí.
Oneide aún respiraba, pero se sentía demasiado cansada como
para abrir los ojos de nuevo. Lo último que pudo sentir antes de caer en un
sueño profundo fue una caricia en su rostro, desde la comisura de sus labios
hasta el pómulo, y un susurro, casi inaudible, proveniente de quien fuera que
estuviera a su lado.
- Despierta, pequeña.
-Continuará-.
No hay comentarios:
Publicar un comentario