-Aileen.
Se escucha en la oscuridad.
-Aileen, despierta.
Aileen se encuentra sola en una habitación, dominada por las tinieblas. La luz entra de forma tenue, como brochazos azulados derramados desde el techo, completamente arrancado de su lugar, dejando ver el cielo, vacío.
Se escucha en la oscuridad.
-Aileen, despierta.
Aileen se encuentra sola en una habitación, dominada por las tinieblas. La luz entra de forma tenue, como brochazos azulados derramados desde el techo, completamente arrancado de su lugar, dejando ver el cielo, vacío.
La joven cubierta de una capa de sueño abre los ojos al oír el susurro
que la llamaba desde algún punto de aquel oscuro rincón de la nada.
Yacía sobre una cama. Un lecho de plumas perfectamente cómodo, suave,
imperturbable. Comienza a notar el sedoso tacto de las sábanas contra su lisa
piel de marfil, acariciando el tejido que reposa bajo sus manos con la punta de
los dedos. Se encuentra elevada en volandas con el cielo sobre sus pupilas.
Aileen desea incorporarse, pero para su sorpresa, una serie de correas
de áspero cuero retienen sus muñecas y tobillos a ambos lados de la cama y cae
bruscamente y con un tirón de correa de nuevo a la blanda plataforma.
- Aileen- Vuelve a sonar en
la oscuridad.
- ¡Quién eres!- Chilla Aileen
con una áspera voz, irritada, puesto que no sabía cuánto tiempo llevaba
dormida.
- Te conozco- Dijo la voz de
las tinieblas. – Pero no estoy muy
seguro de que puedas llegar a reconocerme –Dijo el misterioso anfitrión con
una fría carcajada.
- No… no entiendo. No sé dónde
estoy, y… cuánto… es decir, cómo…
- Shhhh…- Dijo él, cuya mano
salió de las tinieblas para posarse en los labios rosados de la chica. La débil
luz ahora cubría también la mano del joven hasta el antebrazo. Ella no podía
verlo bien, sino que simplemente distinguía dos destellos casi diabólicos
procedentes de los ojos del muchacho.
- Sé que tienes preguntas. Muchas
preguntas. Por qué estás aquí, dónde estás, cómo has llegado hasta aquí, quién
soy yo, cuánto tiempo llevas dormida… Tranquila. A su debido tiempo te
contestaré a todas y cada una de esas preguntas, siempre y cuando formules las
palabras adecuadas.- Dijo con una sonrisa que destelló desde su oscura
ubicación.
- ¿Qué estoy haciendo aquí? Debería estar en mi casa, con mi familia.
Debería estar con…
- ¿Con ÉL? Es lo que quieres decir. Puedo leer en tus ojos cada una de
las cosas que piensas. Ay… mi pequeña y dulce Aileen. Sabes que Él ya se fue. Incluso
ellos te abandonaron. Estás sola. Ahora me tienes a mí.- Las palabras llegaron
muy dentro de Aileen, que enmudeció, notando como su frente se cubría de una
capa de sudor frío.
- Él… Y ellos… ¿Quién eres? ¡¿DÓNDE ESTOY Y QUÉ VAS A HACER COMIGO?!
La habitación se lleno por completo de un silencio que cubría toda la
oscuridad que rodeaba a esos dos seres por completo, salvo leves pinceladas de
luz, proveniente de la luna, moribunda.
Los sillones, color burdeos, yacían muertos junto a una hoguera apagada
y consumida al otro lado de la habitación. El silencio se perpetuó en cada uno
de esos elementos, hasta que toda esa calma aparente se transformó en un
temblor que provenía de unas siniestras carcajadas, venidas del interior de
aquel que observaba a la chica, de pie junto a la cama.
La risa cesó.
- Pequeña e inocente Aileen- Dijo con una sonrisa que surcaba la mitad
de su rostro, como si fuera una cicatriz que no sangra. – Estás donde has estado
siempre. Esto eres tú.
- N… No te entiendo. Qu..Qué es lo que…
- Shh. Todo a su debido tiempo. Ya no hay nada tras esto, pequeña. Esto
eres tú y siempre lo has sido. Y aquello a lo que llamabas vida era simplemente
un sueño. Él no va a venir más. Ellos no van a seguir a tu lado. Ahora
respírame. Yo soy lo que tienes ahora. Respírame. Deja que sea yo quien te
invada ahora. Siempre he estado aquí, mirándote mientras soñabas. Siguiendo tus
perturbaciones y observando tus convulsiones. Yo soy aquel que estuvo contigo.
- Eres… ¿Eres Dios? ¿Un ángel? Acaso eres…. Eres un… - De repente una
sonora risa estremeció el ambiente e hizo vibrar el vidrio de los ventanales de
la habitación, saliendo hacia el cielo negro.
- ¿Dios? Pero niña, ¿acaso imaginas que es Dios como soy yo? No,
pequeña. Te equivocas.
De repente Aileen notó cómo un cuerpo invadió la mitad del lecho sobre
el que yacía, prisionera. Ella, que miraba hacia el cielo a través de aquel
techo roto, abrió los ojos de manera que nunca los había abierto antes, y se
estremeció. Notaba un aliento en su oreja que la perturbaba, y poco a poco,
comenzaba a mirar de soslayo a aquel que estaba tumbado a su lado, susurrando
en su oído.
Tenía la tez completamente grisácea. Era tan solo un joven. Un joven
delgado, con un rostro como creado por un artesano, delicado, con un destello
rojizo en los ojos. Aileen estaba cada vez más asustada, sin embargo había algo
en él que la captaba. Que la hacía prisionera, obviando las correas que
amarraban su persona a la cama.
- Esta habitación es toda tu vida. Y aquí estás tú, en el centro,
rodeada de muebles podridos y estanterías repletas de libros en blanco. No hay
más vida que esta. No hay nadie más que yo. Nunca llegaste hasta aquí. Llevas
aquí desde antes de nacer, y estás aquí incluso ahora.
La respiración de ella empezó a acelerarse, al ritmo que su vello
se erizaba. Entonces se tensaron todas las correas que la sujetaban, y
un alarido estremecedor inundó la sala y ascendió hasta la vacía cúpula celeste.
- Estoy…. ¿Estoy muerta?- Dijo con la voz quebrada por el miedo.
- No, querida. No estás muerta. Tampoco estás viva. Este solo ha sido
el desvelar de un sueño que creías eterno. Se acabó. Aquí no hay otros. No hay
sociedad, ni esquemas. No hay dolor. No hay amor.
Sólo estamos tú y yo, unidos el uno al otro. Soy yo el que ha presidido
tu viaje y el que sigue presente. Soy yo quien te observaba de madrugada,
despertándote con mis idas y venidas en la noche. Yo soy tus lágrimas y tus
heridas en la muñeca. Tus gritos, tus gemidos y tus sollozos. Siempre he estado
ahí, amándote, Aileen.
- Todas las veces que lo pasé mal… Todos mis dolores. Mis aflicciones…
Tú estabas ahí. No sé por qué, pero siento que te conozco. Sin embargo, noto un
frío punzante al mirarte. Siento… siento odio. Odio e impotencia.
- Todo ha acabado, preciosa. No hay nada más allá de los escombros de
esta habitación. Nada por delante ni por detrás de ti y de mí. Intentaste
librarte de mí durante tus sueños, al igual que ahora intentas librarte de las
ataduras. Ya no habrá nada más. Tu tren de los sueños ha llegado al final del
trayecto. No pudiste ahogarme con tus lágrimas, no pudiste mancharme con tu
sangre. No pudiste alejarte de mí por más que corriste. Y ahora me tienes aquí
cara a cara, y tal y como pasó en tus sueños, no puedes irte.
- Q…¿Quién eres?- Preguntó de nuevo la chica con un hilo de voz, entre lágrimas
que correteaban por sus pómulos hasta posarse en la blanda almohada sobre la
que reposaba su cabeza.
- He recibido muchos nombres. Me gusta llamarme Aellyon. Soy…
Soy tus demonios.
Se hizo un silencio que apagó todos y cada uno de los ecos. Aileen
inspiró una bocanada de aire breve, entrecortada, casi un sollozo, que la dejó
sin habla. Aellyon, posó las yemas de los dedos sobre el rostro de porcelana de
la joven, bajando sus párpados. Él se levantó de la cama y volvió con lentos
pasos a sumergirse en las tinieblas, hasta que el último rayo de luz rozó su
talón izquierdo, que se hundió, como hizo el resto del cuerpo, en la profunda
oscuridad, hasta desaparecer por completo.
Las lágrimas seguían cayendo, pero Aileen ya no suspiraba. Aileen ya no
sufría.
Aileen ya no soñaba.