lunes, 15 de julio de 2013

Juntos otra vez

-Te necesito, aquí. A mi lado.- Dijo Dekáro, mientras ambos se fundían en un abrazo, días antes de que la muchacha tuviera que partir-.
-¿Sabes? Yo también quiero que permanezcas aquí, conmigo. Que no te vayas nunca.- Contestó Oneide-.

Ambos amantes sostenían la mano del otro, entrelazando los dedos. Sintiendo cómo el aliento de vida, aún presente, fluía entre los dos. El muchacho se encontraba tumbado, postrado bajo una maraña de artilugios y máquinas que podrían mantenerlo con vida, sometido en una cárcel sin barrotes, custodiado por la sábana de un hospital. Él debía hacer un gran esfuerzo para estirar sus dedos, entumecidos por el dolor causado por su enfermedad, con el fin de acariciar las suaves facciones de Oneide. Ella lloraba y sus lágrimas arrullaban los dedos del joven Dekáro.
Ella estaba impaciente. Su tren salía por la  mañana temprano. Tendría que dejar a su amor por unos meses, ya que los estudios llevaban a la muchacha al otro lado del país. Ella no quería irse, sin embargo, la presión paterna era aniquiladora. Su padre, hombre de negocios, trajeado la mayor parte del día, obsesionado con la excelente educación de su hija y tremendamente asqueado por la relación que ella mantenía con Dekáro, obligaba a su única hija a renunciar a todo con el fin de terminar sus estudios.

- Te vas mañana.- Dijo él-.
- Lo sé
- No creo que mi cuerpo pueda aguantar que te marches
- ¡No digas tonterías!- Exclamó Oneide, con tono de preocupación. Sin embargo, su expresión resultó ciertamente cómica y los dos sonrieron con una complicidad notoria.- Te quiero, tonto.
- Yo también. Lo sabes.- Ella se inclina hacia el pálido semblante del chico. Pueden sentir el aliento del otro, y se produce un roce de ambos labios inferiores. Ella retrocede, mínimamente, pero él levanta sus brazos y conduce con las manos el rostro de la bella Oneide directamente hasta sus labios. Se besan.

Esa noche, ella se queda con él en el hospital. Cuando llega la hora de partir, el joven aún duerme. Oneide besa sus labios dormidos con ternura, y cruza la puerta, deteniéndose para mirar por última vez a su amante. "Van a ser unos meses duros", piensa, y se va.

Oneide recoge sus pertenencias y marcha hacia la estación, horas después de salir del hospital, con el tiempo pegado a los talones. llega al andén y se detiene a unos metros del borde de las vías, como clavada en el suelo, esperando al vagón que la aleje de aquel al que ama.
De repente, suena su teléfono, y al descolgar una voz nerviosa pregunta por ella.
- Soy yo. ¿Quién es?
- No estabas aquí. Se despertó y no estabas aquí. Se puso muy nervioso...- Responde la voz del teléfono, que correspondía a la voz de la hermana de Dekáro, frenética.
- Claire, cálmate. ¿Que ha pasado?
- Él estaba...tú te fuiste y...no...
- ¿Sí...?- Temblorosa. El miedo empezó a poseer la voz de Oneide.
- No pudieron...hubo unos pitidos y... Hicieron lo que pudieron, Oneide. Hicieron lo que pudieron.- El llanto de la hermana de Dekáro interrumpía la conversación. Oneide, al otro lado del teléfono, se encontraba de frente a las vías, paralizada y con la mirada perdida y los ojos tremendamente abiertos y la respiración paralizada. Las palabras salían del auricular del teléfono pero Oneide no las escuchaba. Lo último que pudo escuchar antes de que el teléfono resbalara de su oreja y cayera al suelo fueron las palabras "paro cardiaco".

No podía moverse. Sólo las lágrimas escapaban a torrentes de sus ojos, pero ella no parpadeaba, como atrapada por un miedo atroz. Un miedo que se hizo con ella y la poseyó. El tren llegaba a la estación. Lo último que recuerda Oneide son sus pasos precipitados hacía las vías, los gritos de gente alarmada pidiendo que la detuviesen, la última bocina del tren, que traía la muerte.

Finalmente, el tren llegó a su destino, pero ella...
Ella simplemente no llegó.