martes, 1 de octubre de 2013

El Observador de la vida

París.

Los pasos le alejaban cada vez más del techo que resguardaba su persona durante la noche. Se puso su gabardina favorita y salió a la calle, que estaba vestida de otoño, con la intención de hacer lo que siempre hacía, lo que mejor se le daba. Aquello para lo que había sido creado: observar.


¿Su nombre? Es extraño, pero los humanos necesitamos asirnos a las cosas de tal manera que necesitamos tener una excusa previa para ello. Eso es el nombre. Les ponemos nombres a las cosas para hacerlas nuestras, puesto que tenemos miedo de lo que no tiene nombre, porque es desconocido.
Su nombre no importaba. 
Quién sabe si en verdad carecía o no de identidad. Lo realmente importante era el simple hecho de su existencia.

Paseaba entre la gente sin ninguna prisa, pero tampoco despacio en absoluto. Tejía su rumbo siguiendo fluidamente la corriente de gente que inundaba la calle aquella fría mañana de otoño. Caminaba entre todos esos humanos como si se tratara de un pez obedeciendo los caprichos de una corriente marina.

Le gustaba pararse de vez en cuando y mirar, de arriba a abajo, aquello que le había llamado la atención.

- Una madre levanta del suelo a su hija, de no más de tres años de edad. Acaricia las suaves facciones de la pequeña, de un suave característico de los niños pequeños. La madre besa tiernamente la mejilla sonrosada de su cachorro humano.

Su sitio favorito era el parque que había a dos calles de su hogar. Todo lo que había allí era verde. Se respiraba cierta armonía que se escondía el bullicio de la ciudad.

- Una anciana alimenta a las palomas con las migajas sobrantes del pan que ayer mismo había tenido en la mesa.

- Una pareja de jóvenes enamorados comparte un dulce beso de despedida. La muchacha lanza un beso hacía el joven, que sube al autobús haciendo un gesto que da a entender que ha atrapado el beso de ella. Con una sonrisa, se pierden de vista el uno al otro.

Día tras día, nuestro protagonista iba almacenando en su memoria listas de recuerdos; de imágenes que había guardado en su memoria. Él era un observador.
Pero ese día...
Ese día sucedió algo inesperado.

Él decidió levantarse del banco del parque. Quizás había una fuerza mayor que le ordenaba que lo hiciera, pero ni él mismo lo sabía.
Apoyó su espalda contra el cristal de una parada de autobús y, una vez allí, vio cómo del gran vehículo salía una muchacha que no había visto antes. Él no creía en el amor a primera vista, por eso, si él hubiera estado contando esta historia y no yo, habría dicho que "se había quedado prendado".

A partir de ese día, volvía una y otra vez a esa parada de autobús. Ella siempre estaba allí. La veía respirar. La veía sonreír. La veía desesperarse. La veía vivir. Incluso a veces, sentía algo cercano a los celos cuando ella estaba acompañada. Quería decirle algo cada vez que la veía, pero no podía. Simplemente no podía.

Estaba enamorado.

A finales de diciembre, seguía obsesionado con ella. No era solo su rostro: fino, suave, pálido, perfectamente dibujado sobre su piel, adornado por una larga melena carbón y unos ojos esmeralda que parecían tener luz propia, ni sus labios, ni su aroma. Simplemente era Ella. 
Quería sujetarla entre sus brazos. Quería mirarla a los ojos y descubrir qué era un beso. Lo había visto montones de veces, pero no sabía cómo era esa sensación exactamente. En su interior surgía una auténtica revolución de sentimientos, hasta ahora desconocidos para Él.

En enero del año siguiente, fue a la parada de autobús. Ella estaba allí más pronto que nunca. Él apoyó su espalda contra el cristal, como solía hacer. Tomó aire, el cual soltó con el que fue el mayor suspiro de su vida. Entonces, en un movimiento fugaz y decidido, fue a hablar con ella. Se colocó justo en frente. Los ojos de ambos estaban alineados.

Para su sorpresa, ella alzó la mirada y sonrió. Los sentimientos de Él estaban desbocados.
Pero, en ese instante, la joven levantó la mano en un gesto de saludo, y, dando unos pasos al frente, atravesó el cuerpo de nuestro personaje como si estuviera hecho de niebla. Como un mero fantasma.
Ella cruzó la calle para saludar a un viejo conocido.

Él era un observador. La había seguido todos estos días. Meses. La amaba, sin tener una razón fija, pero decubrió que nunca podría hablar con ella. Nunca podría tocarla, ni besarla, ni siquiera hacer notar su presencia. No podía ser visto, puesto que, al fin y al cabo y como ya he dicho, Él era simplemente... un observador.

Las semanas pasaron. La joven volvía, como siempre, cada día a esperar el autobús. Pero algo extraño pasaba. Hacía más frío del habitual. La parada del bus era un sitio frío, al igual que el parque. Al igual que dos calles más arriba. Él ya no estaba allí.

¿Y quién iba a notar la diferencia? Toda esa gente de París vivía su vida sin ningún tipo de cambio. Nada afectó a su ritmo vital. ¿Quién se pararía a observar a las palomas comer, o el último beso de una pareja, o a una madre consolando a su hija? Desde luego; no sería Él, y a nadie le importaba. Después de todo, él era, simplemente...
Un observador.

lunes, 15 de julio de 2013

Juntos otra vez

-Te necesito, aquí. A mi lado.- Dijo Dekáro, mientras ambos se fundían en un abrazo, días antes de que la muchacha tuviera que partir-.
-¿Sabes? Yo también quiero que permanezcas aquí, conmigo. Que no te vayas nunca.- Contestó Oneide-.

Ambos amantes sostenían la mano del otro, entrelazando los dedos. Sintiendo cómo el aliento de vida, aún presente, fluía entre los dos. El muchacho se encontraba tumbado, postrado bajo una maraña de artilugios y máquinas que podrían mantenerlo con vida, sometido en una cárcel sin barrotes, custodiado por la sábana de un hospital. Él debía hacer un gran esfuerzo para estirar sus dedos, entumecidos por el dolor causado por su enfermedad, con el fin de acariciar las suaves facciones de Oneide. Ella lloraba y sus lágrimas arrullaban los dedos del joven Dekáro.
Ella estaba impaciente. Su tren salía por la  mañana temprano. Tendría que dejar a su amor por unos meses, ya que los estudios llevaban a la muchacha al otro lado del país. Ella no quería irse, sin embargo, la presión paterna era aniquiladora. Su padre, hombre de negocios, trajeado la mayor parte del día, obsesionado con la excelente educación de su hija y tremendamente asqueado por la relación que ella mantenía con Dekáro, obligaba a su única hija a renunciar a todo con el fin de terminar sus estudios.

- Te vas mañana.- Dijo él-.
- Lo sé
- No creo que mi cuerpo pueda aguantar que te marches
- ¡No digas tonterías!- Exclamó Oneide, con tono de preocupación. Sin embargo, su expresión resultó ciertamente cómica y los dos sonrieron con una complicidad notoria.- Te quiero, tonto.
- Yo también. Lo sabes.- Ella se inclina hacia el pálido semblante del chico. Pueden sentir el aliento del otro, y se produce un roce de ambos labios inferiores. Ella retrocede, mínimamente, pero él levanta sus brazos y conduce con las manos el rostro de la bella Oneide directamente hasta sus labios. Se besan.

Esa noche, ella se queda con él en el hospital. Cuando llega la hora de partir, el joven aún duerme. Oneide besa sus labios dormidos con ternura, y cruza la puerta, deteniéndose para mirar por última vez a su amante. "Van a ser unos meses duros", piensa, y se va.

Oneide recoge sus pertenencias y marcha hacia la estación, horas después de salir del hospital, con el tiempo pegado a los talones. llega al andén y se detiene a unos metros del borde de las vías, como clavada en el suelo, esperando al vagón que la aleje de aquel al que ama.
De repente, suena su teléfono, y al descolgar una voz nerviosa pregunta por ella.
- Soy yo. ¿Quién es?
- No estabas aquí. Se despertó y no estabas aquí. Se puso muy nervioso...- Responde la voz del teléfono, que correspondía a la voz de la hermana de Dekáro, frenética.
- Claire, cálmate. ¿Que ha pasado?
- Él estaba...tú te fuiste y...no...
- ¿Sí...?- Temblorosa. El miedo empezó a poseer la voz de Oneide.
- No pudieron...hubo unos pitidos y... Hicieron lo que pudieron, Oneide. Hicieron lo que pudieron.- El llanto de la hermana de Dekáro interrumpía la conversación. Oneide, al otro lado del teléfono, se encontraba de frente a las vías, paralizada y con la mirada perdida y los ojos tremendamente abiertos y la respiración paralizada. Las palabras salían del auricular del teléfono pero Oneide no las escuchaba. Lo último que pudo escuchar antes de que el teléfono resbalara de su oreja y cayera al suelo fueron las palabras "paro cardiaco".

No podía moverse. Sólo las lágrimas escapaban a torrentes de sus ojos, pero ella no parpadeaba, como atrapada por un miedo atroz. Un miedo que se hizo con ella y la poseyó. El tren llegaba a la estación. Lo último que recuerda Oneide son sus pasos precipitados hacía las vías, los gritos de gente alarmada pidiendo que la detuviesen, la última bocina del tren, que traía la muerte.

Finalmente, el tren llegó a su destino, pero ella...
Ella simplemente no llegó.

jueves, 20 de junio de 2013

Looking for Angels

"Going through this life looking for Angels
People passing by looking for angels
Walking down the streets looking for angels
Everyone I meet looking for angels".

El joven Dekáro volvía de su duro día de estudios. Llega a su hogar, donde espera ser arropado por sus seres más cercanos, pero no encuentra en ellos sino miradas de desprecio. Se siente impregnado de un fuerte olor que repele a los demás y los hace odiarlo.

Corre hacia su refugio natural, desde que era pequeño: su habitación. Sin embargo allí sigue oyendo las voces que lo acusan por cosas que no ha hecho. Oye claramente las palabras “traidor”, “mentiroso” y “venenoso”, con tanta claridad que casi podía tocarlas según revolotean en derredor a su cabeza.
Dekáro rompe a llorar y se desmorona, y su pecho se comprime bajo la fuerza de un deseo latente: liberar toda esta tensión acumulada.
El joven arde por liberar toda su frustración, pero no encuentra medios, y sus propias fuerzas lo llevan a lo impensable, a lo tabú: herirse a sí mismo.

Dekáro deja escapar un largo suspiro, alzando la cabeza, y conforme vuelve a bajarla, abre los ojos y sus pupilas se dilatan, hasta llegar a un tamaño que invade prácticamente todo su iris.
En ese momento, recibe un puñetazo en su costado derecho, hiriendo una de sus costillas inferiores, pero no hay oponente contra el que esté luchando. Ese puño fue su propio puño.
En ese momento comienza una batalla consigo mismo. No espera la muerte, solo desea sufrir. Sufrir y que los demás sufran por verle así, ese es el castigo para todos.
Su mandíbula inferior absorbe una serie de impactos con los nudillos. Se golpea fuertemente, hasta que desde dentro de su propia boca surge un pequeño reguero de sangre.

Pero no es suficiente: su espalda está intacta

Recoge una vieja tabla de madera que una esquina de su habitación albergaba desde hace mucho tiempo. Ella se encargará de castigar la superficie de su cuerpo.
Mientras siente las mordeduras del dolor en su ser, un pensamiento invade su mente: “detente”.

- ¡NO VOY A DETENERME! ESTO DEBE SER ASÍ- grita Dekáro
- Cálmate, ¿quieres? Con esto no vas a conseguir nada – piensa el muchacho, sintiendo ya que la sangre ha brotado y recorre sus costados por detrás como si de sudor se tratara.

Nuestro personaje cae de rodillas al suelo, agotado y malherido.
Entonces dirige su mirada hacia el suelo y vislumbra las huellas que la sangre dejó al desprenderse de su piel.


Llora, como hace siempre. “hasta tu próxima agonía”, piensa. Es cuando deja de oír esa segunda voz en su cabeza, y repite, en voz baja: hasta mi próxima agonía.

¿Rallada o Reflexión?

domingo, 19 de mayo de 2013

Ahora, respira


Y de repente apareció.

Estaba sola, en medio de la ciudad que ella bien conocía. Había nacido y vivido ahí la mayor parte de su corta vida. Oneide miró hacia ambos lados y no pudo divisar ni un solo alma. Entonces recordó su eterno deseo de que la dejaran sola. Quería estar sola, y por ello se alegró.

Recorrió las calles y a cada esquina que doblaba, su sensación de inseguridad se iba apoderando de sus entrañas. “No puede ser”, decía ella, pero efectivamente, estaba sola.
Debido a su desesperación, que crecía paulatinamente, pasó en ciertos momentos de recorrer las calles andando, a iniciar una carrera con aire angustioso. Allí no había nadie. 
No había nadie en el centro comercial, ningún coche en la carretera, ninguna señal de radio, ni cobertura en su teléfono nuevo, recientemente regalado.
Oneide corrió hacia el punto central de aquella ciudad fantasma y lo que encontró no fue ninguna sorpresa: nadie.

Oneide orientó su mirada hacia el cielo, lluvioso y grisáceo, y de su garganta brotó un aullido desgarrador, repleto de rabia y angustia, y tras este, calló de rodillas en el suelo. Desesperada y abatida por el cansancio y la agonía, rompió a llorar y se acurrucó sentada en el suelo, en medio de todo (y de nada, a la vez). Rodeó sus piernas, dobladas contra su pecho, con los brazos y posó su cabeza sobre sus rodillas y allí lloró, gimió y gritó del dolor que se acumulaba en su pecho y ardía, pero nadie podía escucharla. No había nadie.

Y de repente desapareció.

Estaba en su habitación, tendida en su cama. Abrió los ojos y se percató del cambio brusco de escenario en la representación que era su vida.
Como dominada por una fuerza externa, salió exaltada de su dormitorio, y al ver a su madre, la abrazó y la besó, sin decir una palabra. Se sentía segura y arropada por los brazos de su madre, como si fueran muros de hormigón.

En el sueño que había tenido, en el cual se veía completamente sola, se sentía desconcertada. Al principio era diferente. A ella le gustaba. No había nadie alrededor y pudo dar rienda suelta a sus impulsos, sentirse ella misma. Pero pronto descubriría, sumida en esa realidad solitaria, que no podía ser ella. Que ese mundo, aunque al principio le gustaba, le pedía ser otra persona, subordinada a la falta de gente, a las condiciones que ese mundo imponía a Oneide. Ese mundo quería transformarla, como si tuviera vida propia. Deseaba que Oneide se convirtiera en un autómata, que se postrara ante la soledad y la aceptara como la nueva parte de su vida, impuesta bruscamente y que ella debía aceptar de una u otra manera, pero, queridos lectores, Oneide era demasiado para esa realidad alternativa. 

Ella no solo era alguien que deseaba esa situación de soledad, sino que era una chica, que como muchos, pensaba, sentía y experimentaba. Crecía y aprendía y ese maldito sueño la frenaba y la ordenaba cambiar, como si su mejor deseo se hubiera revelado y convertido en la más temible de sus pesadillas, y eso la hacía llorar y la hacía sentir mal.

Pero, por suerte, despertó.

Rallada o Reflexión? :)

viernes, 3 de mayo de 2013

Las cartas de Oneide



5 de marzo. 2012

Jamás pensé que podría haber pasado una tarde mejor. Contigo todo es más fácil. Con cada beso el tiempo pasa por nuestra vera sin afectarnos. Me haces inmortal. Siento que a tu lado nunca pierdo el calor, y mis dedos fríos se acercan ahora a tus mejillas y se calientan. Cuando te abrazo siento que esa cálida sensación recorre mi cuerpo comenzando desde el extremo de mis piernas hasta el último cabello de mi cabeza. Gracias por los días como hoy, con besos bajo la lluvia, la cual acompaña nuestro mundo y lo baña de color. Somos una canción. Somos la canción más profunda del mundo, ya que tú eres la melodía que completa la armonía de mi ser. Te necesito. Gracias te doy de nuevo por los días como hoy.
Te quiere, Oneide.

7 de octubre. 2012
Acabo de salir de una profunda pesadilla. Mi sueño estaba turbado. Mi mente me decía que tú me habías dejado. Trágico destino me esperaba cuando descubrí que quien te abandona soy yo. Debo irme. Te sigo amando, pero es mi deber y no puedo hacer alguna otra cosa. Sé que prometí mi alma y mi cuerpo a aquel que reina en mis pensamientos, pero ahora esas promesas han de orientarse hacia el hastío. Me voy lejos de ti. A veces creo que soy necia y miro hacia atrás para ver tu rostro, e ilusa de mí, espero verlo sin lágrimas, pero pobre de mí, no hay lágrimas, pero tampoco está tu rostro. Sufro por la necesidad de verte, de besarte, o simplemente de volver a verte, pero mi decisión es la correcta. Te amo, pero eres veneno, que pasa frente a mis ojos como un brebaje de pasión, que refresca mi ser, pero lo pudre por dentro. No eres bueno para mí y he de irme.
Te sigue queriendo, Oneide.

                                                                                    8 de diciembre. 2012
Difícil se me hace escribir esta carta, sabiendo que al otro lado está el que fue dueño de mis deseos y mis pasiones, el mismo que ahora ha de repudiarme y para el que no seré más que una niña caprichosa y débil. Sueño contigo con menos frecuencia, pero aún y así no es fácil olvidarse de ti. Me siento endeble. Frágiles son ahora los dedos que trazan estas letras, pero por el contrario cada vez más me siento la mujer más fuerte del mundo, por haber tenido la voluntad de olvidar esos ojos que antaño fueron míos. Se que el Mundo no me comprenderá, pero no me importa el mundo.

Con mucho cariño, Oneide

                                                                                    7 de enero. 2013
Mi mundo se hace pequeño, y es que has vuelto a aparecer en mi cabeza una y otra vez. Cierro los ojos y apareces, respiro y tu olor viene a mí, aun estando a varios días de distancia. Me cuesta conciliar el sueño y el abrazo cálido de los rayos de Sol en la mañana me resulta ahora frío y desolador. Llenos de sangre están ahora los tibios dedos que sujetan los hilos que nos unían. Te has ido.
Con cariño, Oneide


11 de agosto. 2013
Llevo mucho tiempo sin escribir. Finalmente te olvidé. He encontrado un amor mayor del que tú podrías darme. He encontrado unos abrazos más cálidos de los que podrías proporcionarme. He encontrado el agua con la que saciarme, y en el vaso no queda ni una sola gota de ti.
Como dije, el Mundo no me comprendió y me rechazó. Solamente he encontrado el descanso en aquellas cosas que están por encima de esta realidad, llegando a pensar incluso que lo que vivo no es real, que tú no eres real y que lo nuestro nunca ocurrió. Debería haber sido así.
Dejar de amarte no fue tarea fácil, pero heme aquí, habiendo recibido más daño del ocasionado, pero lo he conseguido. He vencido.
Los recuerdos contigo siguen estando, como enmarcados y colgados tras un vidrio intraspasable, y ahí han de quedarse. Los recuerdo felices, pero efectivamente, solo recuerdos.
Con afecto, Oneide

- Ella lo superó. Lo estaba pasando realmente mal. Necesitaba también del apoyo de piezas de su familia que no estaban con ella y que hacía mucho tiempo que no veía. Los añoraba. Veía todo borroso, pero obró de forma correcta, sin dar explicaciones al mundo. Después de todo, no iban a comprenderla, puesto que su fuerza se hallaba ahora, muy por encima del Mundo.


Dedicado con cariño a una pequeña persona con un gran corazón y una fuerza muy superior a lo que ella cree. La verdadera Oneide se esconde tras el telón de una chica frágil que sufre. Solo le hace falta darse cuenta de que con ella hay más fuerza que cualquier otra que pretenda tirar por tierra su camino recorrido.  El sendero es largo y muy duro, más aún con estos temas, pero tú eres fuerte y después de todo viene la recompensa. Ánimo, campeona.

¿Rallada o Reflexión? :)

lunes, 4 de marzo de 2013

Muerto invierno


Manos frías que sujetan un corazón débil, casi moribundo. Lo aprietan contra un pecho igualmente gélido y se siente confortado, se siente bien y está feliz.

Las manos sueltan ese corazón y lo dejan abandonado a su suerte, en un vacío del que no podrá salir jamás. Se rompe en mil pedazos, pero aun roto, sigue sufriendo.


Rostro de piedra que enuncia
Las caricias de un sol negro
Besos de nieve que mueren
Del calor de un muerto invierno

Risas que apagan dolores
Sangre en un río sediento
Luces que extinguen en ella
Los más puros sentimientos

Musa malvada y terrible
Daga del viento y las eras
Que sin poder olvidarla
Clavada sigue en la piedra

Marcha a los hombros del alba
Sigue el camino del cielo
Déjame atrás olvidado
Consumido por los vientos

Un anciano me dijo una vez, que dejase atrás mis afanes. Su rostro era apaciguador. Sólo pude girar mi cabeza unos grados antes de que se hubiera ido, pero yo tenía la sensación de que seguía ahí.

- Has jugado comigo, siempre he estado, estoy y estaré ahí ofreciéndote mi mano en todo momento y me ignoras, como si fuera una simple esencia en un bonito paisaje.- Dijo el anciano
- La verdad es que no tengo excusas. Tengo la cabeza en otra parte y te presto poca o nada de mi atención. Dije
 - Sabes que estás perdonado. No importa por lo que estés pasando. Estoy ahí.


Tras decir esto, se fue. Yo seguía solo, con la impresión de que había sido todo un sueño, pero era real.

La herida sigue abierta, pero ha dejado de sangrar. Una noche más expuesto al frío, pero ya no va a ser igual.

¿Rallada o Reflexión? :)

miércoles, 13 de febrero de 2013

10 razones para no estar en mí




Razón 1: La oscuridad se hace física. Se puede tocar y te invade. Solo tienes ganas de irte y de nada más. No sabes a dónde ni como quieres marchar, pero así es como te encuentras. Muertos en vida nos llaman, a una juventud en la que predominan los sentimientos, y es cierto. Quieres morir y desaparecer y no volver jamás sin importarte quién ni quienes puedan preocuparse por ti. Lo estás escondiendo todo. Tienes que silenciar tu corazón para que nadie resulte herido, y es que muchas veces lo más débil puede ser lo más peligroso.

Razón 2: Eres un extraño y nadie te mira a la cara. Recorres las calles de Madrid como si recorrieras un cementerio, lleno de gente estresada, que carga maletines y bolsos llenos de amargura para ganar dinero, y esa es su vida y no la tuya. Te riges por lo que sientes y el corazón domina y mueve tu cuerpo. No sabes a dónde te diriges, pero subes la calle con tus auriculares prácticamente incrustados en el cráneo y no ves sino negro y gris en distintas gamas. Ha empezado a llover

Razón 3: Una mañana de invierno. Huyes de la comodidad de tu cama, encoges tu mente y solo puedes pensar en cuánto echas de menos tu razón de vivir. Aún quedan varias horas para irte de casa, pero tu sales. Está lloviendo a cántaros y no te llevas el paraguas. No lo necesitas. Quieres que la lluvia confunda a tu prójimo ocultando tus lágrimas. Mueres poco a poco.

Razón 4: La música siempre está, pero esta vez se encuentra más cercana y complementa tu estado de ánimo. La música respira rabia y tristeza. Ella siente y eres tú quien llora. Añoras el olor, aquel frío, o incluso esa tarde muerta. Años han pasado ya desde aquello y sigues torturándote, fustigando tu alma. Sigues escuchando música.

Razón 5: La gente ya no te entiende y se aleja de ti. Ahora estás solo, pero no como tú querías. Solo son sombras. Espíritus de antiguos conocidos y amigos que bailan en el Gran Salón de tu mente. La banda sonora, la muerte.

Razón 6: Buscas ángeles por las calles. Todo el mundo que conoces busca ángeles y recorre ciudades y pueblos sin encontrar una solución a su búsqueda. No quedan ángeles. Todos se han ido y notas esa presencia más lejana que nunca. No te quieres acercar, pero tampoco deseas alejarte y buscas excusas, hasta que al final solo eres tú y te aíslas contra ti mismo y contra el resto del mundo.

Razón 7: No puedes más y tus manos tiemblan. Todo tú, flaqueas y caes, estando aún de pie. En ese momento te das cuenta de que estás soñando despierto, como siempre, y cuando abres los ojos la gente te señala y te rodea, culpándote por haber roto los platos que te habían ordenado recoger.

Razón 8: El mundo quiere absorber tu esencia y quiere quedarse con ella y tú te defiendes como puedes, pero ya no hay nada contra lo que luchar, por lo que luchar ni con lo que luchar, así que caes de rodillas al suelo y gritas de dolor. Tus manos están tatuadas de sangre.


Razón 9: No hay nadie contigo. Se han ido a ser felices y tú eres una carga. Supongo que algún día tendría que ocurrir. Tú no has cambiado y tus sentimientos siguen siendo los mismos, pero ahora eres el único que siente eso. Todos siguen con su vida y se recuperan después de un bache. Eres tú quien no puede regenerar su cuerpo, que cae al suelo en fragmentos.

Razón 10: No hay más razones. No hay más esperanza. No hay apoyo y ya no valen las miradas hacia atrás. Ella sonríe y tú te conviertes en cenizas. Mueres.

sábado, 9 de febrero de 2013

Relato I. Tan solo una esencia


Era una tarde de invierno.  Los árboles estaban desnudos por el frío y la lluvia impactaba contra la ventana de ella. Respiraba hondo y acariciaba suavemente con las yemas frías de sus dedos los cristales de su habitación como si quisiera fundirse con ellos y con la lluvia que los golpeteaba. Lo esperaba a él y no podía esperar más. Sus labios estaban completamente fríos esperando un beso que parecía no llegar nunca. Él no era solo un beso. Para ella significaba toda su vida y quería verlo ahora. El sonido del timbré se apoderó de su cabeza y sonrojada corrió hacia la puerta, donde ya reinaba  un ambiente cargado. Únicamente les separaba una simple puerta, puesto que él estaba al otro lado.

Nada más hacer ceder el picaporte, se abalanzó contra él. Estaba allí y parecía un sueño.

Él estaba empapado, y de su boca brotaba una sonrisa. Estaba junto a ella y era todo lo que le importaba. Ella le tomó de la mano y dejó colgado su abrigo mojado en el respaldo de una silla. Se quedaron de pie en el salón, mirándose el uno al otro, como si se hubieran desvanecido del mundo las palabras. Todo sobraba excepto ellos en ese momento. Entonces aconteció que una gran luz invadió el salón y arrebató de este toda la iluminación con el sonido de un trueno. No había electricidad y la única fuente de luz residía en el saludo ocasional que les brindaban los relámpagos. La lluvia comenzó a agredir el lateral del apartamento, donde incidía con fuerza, pero todo a ellos les daba igual. Llevaban incontables minutos fundidos en un beso, labios entrelazados y esencias compartidas. La tensión estaba presente y les rodeaba un círculo de elevada temperatura, que excedía el umbral, pero ellos seguían en su propia realidad.

Cesó el beso y ella apoyó su cabeza contra el pecho del muchacho. Ella tomó aire para decir algo, pero él se adelantó.
-Yo también- dijo
-Aún no te he dicho que te quiero- respondió ella
-Lo llevas diciendo con los ojos desde que has abierto esa puerta. Está en tu mirar, en tus manos unidas a las mías, en el beso. No has dejado de decirlo.

Las luces volvieron de repente y ambos suspiraron. Seguían abrazados. Habían pasado dos horas, para ellos como segundos, y es que la esencia del tiempo se esfumaba de entre sus dedos y fluía, a su parecer, demasiado raudo. Se miraron y sonrieron. Era para él la hora de partir y ella se percató de ello y se disponía a descolgar el abrigo de él, pero un roce de sus manos se convirtió en un rapto inesperado. Él tomó su mano para detenerla, la abrazó por la espalda y besó su cuello, que se ofrecía con los cabellos de la muchacha apartados hacia el lado opuesto.

Un torrente de lágrimas surgió bajo el iris de los ojos de ella, se giró y le miró a los ojos.

-No quiero que te vayas ahora. No puedes
-Ha sido una tarde inolvidable, y tampoco quiero irme, y de hecho, no me iré, puesto que nunca vine

Entonces ella se encontró sola. Su mano, caliente se encontraba vacía y no había ningún abrigo colgado en la silla. Tan solo lloró y contempló cuan sola estaba desde la muerte de él. Lo añoraba.

viernes, 25 de enero de 2013

Páginas en blanco


Tarde nublada, momento del cénit, en el que el sol se disipa como si fuera solo una esencia. Una gran bola de fuego que nos deja solos y parte al sueño dejándonos frente a las fauces del crepúsculo. Tarde muerta, tú sol@, encerrado en tu habitación, cuya iluminación dependía de la fuerza de la luz del astro mayor, que ahora se extingue. Los graves de tus cascos retumban en toda tu habitación y tú continúas encerrad@ en un rincón y es cuando tus sueños vuelven a ti y te despiertan con el cambio de canción. Una melodía comienza por estimular tu sentido auditivo y recorre cada parte de tu cuerpo, como si fuera suyo. Las notas forman parte de aquello que domina en una posesión casi cómplice. Deseas que la canción esté dentro de ti, y salga de ti. Entonces desempolvas tus viejos bolígrafos, mal utilizados para tomar apuntes, y comienzas a escribir. No es la tinta lo único que se vuelca sobre el papel como un líquido derramado por una mano torpe. Los sentimientos desbordan de tu ser, haciendo a tus manos partícipes de la expresión de los mismos. Entonces eres tú, y entregas tu confesión a un viejo cuaderno olvidado. Solo letras, dicen.

Entonces surge, y te das cuenta de que lo que era gris, se impregna ahora de todo tipo de gamas, y tú ya no estás en ti mismo. Tú eres la música, eres tus palabras, las cuales se han caído en una pieza de papel, directamente desde tu alma. Solo quieres perder el control y abandonarte a tus pasiones, a tus sueños, y por un momento, abres los ojos y la habitación es una estancia cubierta de un nuevo brillo. Ya no llueve fuera y la luna te brinda una sonrisa, que se derrama en tus párpados a través del vidrio de tu ventana. No quieres que nadie más entre en ese pequeño mundo, porque es tuyo, y eres tú. Lo único que quieres es cantar, gritar, saltar y poder ser tú a expensas de ojos ajenos y juicios que deslustran y enturbian tu forma de ser. Eres tú quien abandona los vicios y afanes y pasa, aunque solo sea durante un breve momento, a formar parte de un mundo mejor, creado por ti, por tus libros, por tus sueños, por tu música y tus sentidos.

Un grito de esperanza surge y aviva el calor que hace arder el frío hades, y es cuando, al despertar, sonríes y suspiras. Así, si.

Rallada o Reflexión? :)

.: La verdad es que tenía esto bastante abandonado, y pido disculpas a todos aquellos que no leéis solo por compasión al autor. La verdad es que tonterías como los exámenes me distraen de cosas más importantes, como la escritura o la música, cosa que no debería ocurrir. Os regalo este fragmento. Espero que podáis disfrutarlo. Volveré por aquí “pronto”:.