domingo, 19 de mayo de 2013

Ahora, respira


Y de repente apareció.

Estaba sola, en medio de la ciudad que ella bien conocía. Había nacido y vivido ahí la mayor parte de su corta vida. Oneide miró hacia ambos lados y no pudo divisar ni un solo alma. Entonces recordó su eterno deseo de que la dejaran sola. Quería estar sola, y por ello se alegró.

Recorrió las calles y a cada esquina que doblaba, su sensación de inseguridad se iba apoderando de sus entrañas. “No puede ser”, decía ella, pero efectivamente, estaba sola.
Debido a su desesperación, que crecía paulatinamente, pasó en ciertos momentos de recorrer las calles andando, a iniciar una carrera con aire angustioso. Allí no había nadie. 
No había nadie en el centro comercial, ningún coche en la carretera, ninguna señal de radio, ni cobertura en su teléfono nuevo, recientemente regalado.
Oneide corrió hacia el punto central de aquella ciudad fantasma y lo que encontró no fue ninguna sorpresa: nadie.

Oneide orientó su mirada hacia el cielo, lluvioso y grisáceo, y de su garganta brotó un aullido desgarrador, repleto de rabia y angustia, y tras este, calló de rodillas en el suelo. Desesperada y abatida por el cansancio y la agonía, rompió a llorar y se acurrucó sentada en el suelo, en medio de todo (y de nada, a la vez). Rodeó sus piernas, dobladas contra su pecho, con los brazos y posó su cabeza sobre sus rodillas y allí lloró, gimió y gritó del dolor que se acumulaba en su pecho y ardía, pero nadie podía escucharla. No había nadie.

Y de repente desapareció.

Estaba en su habitación, tendida en su cama. Abrió los ojos y se percató del cambio brusco de escenario en la representación que era su vida.
Como dominada por una fuerza externa, salió exaltada de su dormitorio, y al ver a su madre, la abrazó y la besó, sin decir una palabra. Se sentía segura y arropada por los brazos de su madre, como si fueran muros de hormigón.

En el sueño que había tenido, en el cual se veía completamente sola, se sentía desconcertada. Al principio era diferente. A ella le gustaba. No había nadie alrededor y pudo dar rienda suelta a sus impulsos, sentirse ella misma. Pero pronto descubriría, sumida en esa realidad solitaria, que no podía ser ella. Que ese mundo, aunque al principio le gustaba, le pedía ser otra persona, subordinada a la falta de gente, a las condiciones que ese mundo imponía a Oneide. Ese mundo quería transformarla, como si tuviera vida propia. Deseaba que Oneide se convirtiera en un autómata, que se postrara ante la soledad y la aceptara como la nueva parte de su vida, impuesta bruscamente y que ella debía aceptar de una u otra manera, pero, queridos lectores, Oneide era demasiado para esa realidad alternativa. 

Ella no solo era alguien que deseaba esa situación de soledad, sino que era una chica, que como muchos, pensaba, sentía y experimentaba. Crecía y aprendía y ese maldito sueño la frenaba y la ordenaba cambiar, como si su mejor deseo se hubiera revelado y convertido en la más temible de sus pesadillas, y eso la hacía llorar y la hacía sentir mal.

Pero, por suerte, despertó.

Rallada o Reflexión? :)

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