sábado, 9 de febrero de 2013

Relato I. Tan solo una esencia


Era una tarde de invierno.  Los árboles estaban desnudos por el frío y la lluvia impactaba contra la ventana de ella. Respiraba hondo y acariciaba suavemente con las yemas frías de sus dedos los cristales de su habitación como si quisiera fundirse con ellos y con la lluvia que los golpeteaba. Lo esperaba a él y no podía esperar más. Sus labios estaban completamente fríos esperando un beso que parecía no llegar nunca. Él no era solo un beso. Para ella significaba toda su vida y quería verlo ahora. El sonido del timbré se apoderó de su cabeza y sonrojada corrió hacia la puerta, donde ya reinaba  un ambiente cargado. Únicamente les separaba una simple puerta, puesto que él estaba al otro lado.

Nada más hacer ceder el picaporte, se abalanzó contra él. Estaba allí y parecía un sueño.

Él estaba empapado, y de su boca brotaba una sonrisa. Estaba junto a ella y era todo lo que le importaba. Ella le tomó de la mano y dejó colgado su abrigo mojado en el respaldo de una silla. Se quedaron de pie en el salón, mirándose el uno al otro, como si se hubieran desvanecido del mundo las palabras. Todo sobraba excepto ellos en ese momento. Entonces aconteció que una gran luz invadió el salón y arrebató de este toda la iluminación con el sonido de un trueno. No había electricidad y la única fuente de luz residía en el saludo ocasional que les brindaban los relámpagos. La lluvia comenzó a agredir el lateral del apartamento, donde incidía con fuerza, pero todo a ellos les daba igual. Llevaban incontables minutos fundidos en un beso, labios entrelazados y esencias compartidas. La tensión estaba presente y les rodeaba un círculo de elevada temperatura, que excedía el umbral, pero ellos seguían en su propia realidad.

Cesó el beso y ella apoyó su cabeza contra el pecho del muchacho. Ella tomó aire para decir algo, pero él se adelantó.
-Yo también- dijo
-Aún no te he dicho que te quiero- respondió ella
-Lo llevas diciendo con los ojos desde que has abierto esa puerta. Está en tu mirar, en tus manos unidas a las mías, en el beso. No has dejado de decirlo.

Las luces volvieron de repente y ambos suspiraron. Seguían abrazados. Habían pasado dos horas, para ellos como segundos, y es que la esencia del tiempo se esfumaba de entre sus dedos y fluía, a su parecer, demasiado raudo. Se miraron y sonrieron. Era para él la hora de partir y ella se percató de ello y se disponía a descolgar el abrigo de él, pero un roce de sus manos se convirtió en un rapto inesperado. Él tomó su mano para detenerla, la abrazó por la espalda y besó su cuello, que se ofrecía con los cabellos de la muchacha apartados hacia el lado opuesto.

Un torrente de lágrimas surgió bajo el iris de los ojos de ella, se giró y le miró a los ojos.

-No quiero que te vayas ahora. No puedes
-Ha sido una tarde inolvidable, y tampoco quiero irme, y de hecho, no me iré, puesto que nunca vine

Entonces ella se encontró sola. Su mano, caliente se encontraba vacía y no había ningún abrigo colgado en la silla. Tan solo lloró y contempló cuan sola estaba desde la muerte de él. Lo añoraba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario