Nada más hacer ceder el picaporte, se abalanzó contra él. Estaba
allí y parecía un sueño.
Él estaba empapado, y de su boca brotaba una sonrisa. Estaba
junto a ella y era todo lo que le importaba. Ella le tomó de la mano y dejó colgado
su abrigo mojado en el respaldo de una silla. Se quedaron de pie en el salón,
mirándose el uno al otro, como si se hubieran desvanecido del mundo las
palabras. Todo sobraba excepto ellos en ese momento. Entonces aconteció que una
gran luz invadió el salón y arrebató de este toda la iluminación con el sonido
de un trueno. No había electricidad y la única fuente de luz residía en el
saludo ocasional que les brindaban los relámpagos. La lluvia comenzó a agredir el
lateral del apartamento, donde incidía con fuerza, pero todo a ellos les daba
igual. Llevaban incontables minutos fundidos en un beso, labios entrelazados y
esencias compartidas. La tensión estaba presente y les rodeaba un círculo de
elevada temperatura, que excedía el umbral, pero ellos seguían en su propia
realidad.
Cesó el beso y ella apoyó su cabeza contra el pecho del
muchacho. Ella tomó aire para decir algo, pero él se adelantó.
-Yo también- dijo
-Aún no te he dicho que te
quiero- respondió ella
-Lo llevas diciendo con los ojos
desde que has abierto esa puerta. Está en tu mirar, en tus manos unidas a las mías,
en el beso. No has dejado de decirlo.
Las luces volvieron de repente y ambos suspiraron. Seguían abrazados.
Habían pasado dos horas, para ellos como segundos, y es que la esencia del
tiempo se esfumaba de entre sus dedos y fluía, a su parecer, demasiado raudo. Se
miraron y sonrieron. Era para él la hora de partir y ella se percató de ello y
se disponía a descolgar el abrigo de él, pero un roce de sus manos se convirtió
en un rapto inesperado. Él tomó su mano para detenerla, la abrazó por la
espalda y besó su cuello, que se ofrecía con los cabellos de la muchacha
apartados hacia el lado opuesto.
Un torrente de lágrimas surgió bajo el iris de los ojos de
ella, se giró y le miró a los ojos.
-No quiero que te vayas ahora. No puedes
-Ha sido una tarde inolvidable, y tampoco quiero irme, y de
hecho, no me iré, puesto que nunca vine
Entonces ella se encontró sola. Su mano, caliente se
encontraba vacía y no había ningún abrigo colgado en la silla. Tan solo lloró y
contempló cuan sola estaba desde la muerte de él. Lo añoraba.
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